Cuando veo en un comentario de uno de mis más queridos amigos, cómo de forma cariñosa (revestida de reclamo oculto), me endilga el adjetivo de neoliberal, me decido a hacer una revisión interna sobre lo que queda en mi cerebro de ideología, tomando en cuenta mis experiencias como profesional, como docente, como estudiante, como padre, como ser humano.
Hace muchos años, cuando usaba el uniforme gris del Liceo, conocí a Marx, a Lenin, a Engels, pero por supuesto, a mi querida profesora de Filosofía se le olvidó presentarme a Stalin. El socilialismo en su teoría me llamó la atención pero sin llegar a los límites de enrolarme en el partido Pueblo Unido. Cuando comenecé a conocer los elementos teóricos de la Doctrina Social de la Iglesia y las críticas al socialismo que realizó el pensamiento Socialdemócrata, comencé a inclinarme más a la Socialdemocracia. Esto me llevó a enrolarme en la Juventud Liberacionista de los ochenta, que formaba parte de la estructura política del Partido, y que realizaba una permanente capacitación sobre el ideario socialdemócrata, y como el Estado podía ser el gran distribuidor de la riqueza a partir de permitir un desarrollo económico privado.
Llegué a la universidad donde, a pesar del comunismo exacervado de la mayoría de los profesores de Ciencias Sociales que daban los cursos que eran requisito para mi carrera, me fue presentada por fin la otra opción. El pensamiento liberal, y su creencia permanente de que el Mercado, como gran regulador del fenómeno económico, no requería de participación del Estado por cuanto por sí solo podía regularse.
Al final, me quedé con la aplicación pragmática. Las ideologías, en teoría resuelven todos los problemas sociales, pero el gran definidor social señores sigue siendo el Poder, y cómo ese poder es ejercido. Y los comunistas que conocí que han ejercido el Poder lo han ejercido corruptamente, y los comunistas criollos se han negado a aceptarlo (Stalin no existió, Fidel es un paladín de los Derechos Humanos, Daniel es un monumento a la honradez y por supuesto no se le ocurra hablar mal de San Hugo). Los neoliberales que han ejercido el poder lo han ejercido corruptamente (aunque se llenan la boca con la economía chilena pero sin mencionar el precio pagado, o como en el más neoliberal presidente que tuvimos está procesado penalmente por actividades que al parecer el genocida chileno también ejerció). Los socialdemócratas más famosos del continente fue los que enseñaron el camino hacia los procesos penales (¿Alguien recuerda a ese adalid de la Social Democracia llamado Carlos Andrés Perez?) y los criollos terminaron abjurando su supuesta ideología para ponerla al servicio del capital.
¿Resultado? Sólo me queda lo que creo.
Creo en Dios.
Creo que el Estado es inoperante como distribuidor de la riqueza.
Creo que el Mercado nunca se va a autoregular a favor del consumidor.
Creo que a los sindicatos sólo les importa sus privilegios del Sector Público y sus líderes no tienen las agallas para meterse en el sector privado.
Creo que los empresarios costarricenses tienen más interés en eliminar algunos derechos sociales que los empresarios extranjeros.
Creo que el Poder corrompe.
Creo que la corrupción en el Sector Público es directamente proporcional con la iniciativa privada que está dispuesta a pagar por esa corrupción.
Creo que primero soy libre, y que para existan libertades sociales deben existir libertades individuales.
Creo que mi opinión es tan válida como la de cualquiera, pero que si su opinión es diferente a la mía hay un 50% de posibilidades de que usted esté equivocado. Pero además creo que yo sería un canalla si no le concedo al menos el beneficio de la duda por el otro 50%.
Creo que la ley de oferta y la demanda sólo funciona bien en la Feria del Agricultor, en E-Bay y en la negociación de reventa de entradas. En todos los demás casos, el Mercado favorece al comerciante sobre el consumidor.
Creo que las ideologías han perdido importancia frente al culto al dinero.
Creo, querido Iván, que no tengo ideología, salvo la que mande a aplicar mi sentido común.