La noticia sale hoy 22 de mayo, pero yo la esperaba desde el año pasado. Sus amigos y compañeros sabíamos que la carrera de Jorge estaba por terminar. Pero la verdad queríamos seguirlo viendo en la cancha, porque señores, el Liceo sin el Once (así, con mayúscula) no es el Liceo. No desde 1980, cuando Jorge abandonó el béisbol (deporte oficial de su barrio) para dedicarse al baloncesto, que sería su pasión y su vida.
Podía comentarles aquí todos sus logros deportivos, no en balde lo seguí como locutor deportivo por todo el país durante el pináculo de su carrera, cuando nadie lo detenía, cuando hacía canastas que ni los ángeles se hubieran atrevido a encestar. Cuando vencía a los gringos que traía el Seminario o a los panameños que traía la UIA. Podía recordar aquél torneo internacional en Nicaragua en que la prensa no podía ponerse de acuerdo sobre quién era el mejor jugador del Torneo si el consolidado Randy Stephens (colombiano) o aquél entonces muchacho de 19 años que no se cansaba de anotar y anotar. Podría incluso recordar aquella final colegial en Cañas, en el año 84, en que a pesar de la conjuntivitis que lo afectaba y de la amenaza de su equipo (Académico) de que no jugara, se puso la roja para tratar de darnos el torneo colegial A. Meta que perdimos a manos del Claretiano de Jimmy García y el Santa Ana de Liberia de Chicharra Vargas.
Pero hoy, que, mi compañero de aulas, mi compañero de equipo en colegial (yo era su sustituto, es decir el chavalo que metían en el minuto final del primer tiempo para que Tuk descansara y luego en el minuto final del segundo tiempo si íbamos ganando por más de 10 para que el público aplaudiera a Jorge), y mi amigo se retira del deporte que lo apasionó toda la vida, quiero recordar a Tuk, el hombre, el Liceísta, con una anécdota que lo retrata de cuerpo entero.
Era el día de nuestra graduación del Liceo de Costa Rica, 21 de diciembre de 1984. Los profesores del Liceo nos informaron en medio acto de graduación, que además de los 150 graduandos presentes, un muchacho adicional se graduaba aquél día. Un joven que inspirado en el liceísmo (ideología la cual don Guillermo Vargas el ex Ministro de Educación demostró su existencia y vigencia), decidió estudiar en el Liceo a pesar de su parálisis que le impedía asistir a nuestras instalaciones. Los profesores del Liceo, entonces, fueron a la casa del estudiante y junto con nosotros, como un liceísta más, obtuvo su título de bachiller. Aquél día, era el primer día que nuestro compañero (cuyo nombre se me ha extraviado en el olvido) entraba al Liceo, en su silla de ruedas y a nuestro gimnasio, para recibir, lleno de orgullo su título de bachiller.
Venía luciendo radiante, como todos nosotros, el uniforme gris que tanto nos identifica, salvo un detalle: No traía la banda de graduación roja que nos colgábamos del hombro para que cruzara nuestro pecho. Ahí estaba Sergio, el presidente estudiantil (QEPD), y no notó el detalle, estaba Mauricio, el Jefe de Banderas y líder de nuestra generación que tampoco notó aquello. Es más estaba yo y ciento cuarenta y siete egresados más, viendo el paso de nuestro compañero, sin darnos cuenta de que no llevaba la bendita banda roja, cuando de la fila de graduandos se levantó. Alto, enorme, el ídolo del colegio, el capitán del equipo, el estandarte de nuestra generación, Jorge Arias Tuk, quien sin ceremonia, sin orgullos fingidos, sin que nadie se lo pidiera, se quita su banda del pecho y se la pone a nuestro nuevo compañero. Y el gimnasio ruge de orgullo liceísta y les juro que rugió más que con cualquier canasta que Tuk haya hecho en su vida.
Todavía hoy me llena de orgullo recordar aquello. Y me recuerda que Jorge siempre ha sido y será alguien más que el mejor basquetbolista que haya jugado en nuestro país en los últimos veinte años. Siempre ha sido un ser humano integral, y hoy que se despide de su deporte, su trabajo y su pasión, no me cabe la menor duda que la vida le deparará más triunfos, por cuanto me consta que siempre ha sido un hombre de bien y capaz de hacer lo que quiera con su vida así como hizo con la bola de baloncesto.
Saludos Tuko, tus amigos de generación hoy seguimos tan orgullosos de vos como desde hace veinticinco años.
Podía comentarles aquí todos sus logros deportivos, no en balde lo seguí como locutor deportivo por todo el país durante el pináculo de su carrera, cuando nadie lo detenía, cuando hacía canastas que ni los ángeles se hubieran atrevido a encestar. Cuando vencía a los gringos que traía el Seminario o a los panameños que traía la UIA. Podía recordar aquél torneo internacional en Nicaragua en que la prensa no podía ponerse de acuerdo sobre quién era el mejor jugador del Torneo si el consolidado Randy Stephens (colombiano) o aquél entonces muchacho de 19 años que no se cansaba de anotar y anotar. Podría incluso recordar aquella final colegial en Cañas, en el año 84, en que a pesar de la conjuntivitis que lo afectaba y de la amenaza de su equipo (Académico) de que no jugara, se puso la roja para tratar de darnos el torneo colegial A. Meta que perdimos a manos del Claretiano de Jimmy García y el Santa Ana de Liberia de Chicharra Vargas.
Pero hoy, que, mi compañero de aulas, mi compañero de equipo en colegial (yo era su sustituto, es decir el chavalo que metían en el minuto final del primer tiempo para que Tuk descansara y luego en el minuto final del segundo tiempo si íbamos ganando por más de 10 para que el público aplaudiera a Jorge), y mi amigo se retira del deporte que lo apasionó toda la vida, quiero recordar a Tuk, el hombre, el Liceísta, con una anécdota que lo retrata de cuerpo entero.
Era el día de nuestra graduación del Liceo de Costa Rica, 21 de diciembre de 1984. Los profesores del Liceo nos informaron en medio acto de graduación, que además de los 150 graduandos presentes, un muchacho adicional se graduaba aquél día. Un joven que inspirado en el liceísmo (ideología la cual don Guillermo Vargas el ex Ministro de Educación demostró su existencia y vigencia), decidió estudiar en el Liceo a pesar de su parálisis que le impedía asistir a nuestras instalaciones. Los profesores del Liceo, entonces, fueron a la casa del estudiante y junto con nosotros, como un liceísta más, obtuvo su título de bachiller. Aquél día, era el primer día que nuestro compañero (cuyo nombre se me ha extraviado en el olvido) entraba al Liceo, en su silla de ruedas y a nuestro gimnasio, para recibir, lleno de orgullo su título de bachiller.
Venía luciendo radiante, como todos nosotros, el uniforme gris que tanto nos identifica, salvo un detalle: No traía la banda de graduación roja que nos colgábamos del hombro para que cruzara nuestro pecho. Ahí estaba Sergio, el presidente estudiantil (QEPD), y no notó el detalle, estaba Mauricio, el Jefe de Banderas y líder de nuestra generación que tampoco notó aquello. Es más estaba yo y ciento cuarenta y siete egresados más, viendo el paso de nuestro compañero, sin darnos cuenta de que no llevaba la bendita banda roja, cuando de la fila de graduandos se levantó. Alto, enorme, el ídolo del colegio, el capitán del equipo, el estandarte de nuestra generación, Jorge Arias Tuk, quien sin ceremonia, sin orgullos fingidos, sin que nadie se lo pidiera, se quita su banda del pecho y se la pone a nuestro nuevo compañero. Y el gimnasio ruge de orgullo liceísta y les juro que rugió más que con cualquier canasta que Tuk haya hecho en su vida.
Todavía hoy me llena de orgullo recordar aquello. Y me recuerda que Jorge siempre ha sido y será alguien más que el mejor basquetbolista que haya jugado en nuestro país en los últimos veinte años. Siempre ha sido un ser humano integral, y hoy que se despide de su deporte, su trabajo y su pasión, no me cabe la menor duda que la vida le deparará más triunfos, por cuanto me consta que siempre ha sido un hombre de bien y capaz de hacer lo que quiera con su vida así como hizo con la bola de baloncesto.
Saludos Tuko, tus amigos de generación hoy seguimos tan orgullosos de vos como desde hace veinticinco años.
3 comentarios:
Muy emotivo, lástima que una noticia así pase por alto en los medios de comunicación masivos, en los que el fútbol tiene la atención total. Nunca vi, ni podré ya ver jugar a Tuk, sin embargo la nota nos hace recordar que deportistas como este hay pocos. Hay que rendir homenaje a quien lo merece.
madrigoloide me ha quitado las palabras del teclado, excelente nota eduardo, se diente la humildad de tu parte al reconocer y sentirse orgulloso de los amigos, y no tener esa mentalidad serruchapisos de muchos en ticolandia.
Vivo cerca del Liceo, y por ende cerca de la casa de Tuk. Un día que tuve la oportunidad de hacerle un tour turístico a una amiga de California, caminabamos por el lugar y pasábamos frente al 11 estrellas. Tuk estaba arrecostado a la puerta, como de costumbre. Me detuve y le dije a mi amiga: vea, ese que está ahí es el mejor jugador de basket de Costa Rica. Tuk nos vió y nos saludó a lo lejos. Ella no lo podía creer.
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