viernes, junio 09, 2006

Doña Tere

9 de junio de 2006

¿Cómo despedirse hoy de doña Tere?

Para mis hermanas y para mí siempre fue Ita. Abuelita para el resto de sus nietos, Doña Tere, para todos los que la quisieron. Se nos marcha en silencio, en paz, dejando su legado en todos y cada uno de nosotros, que nos quedamos aquí seguros de que su recompensa ya la disfruta en compañía de nuestro Señor.

Se nos marcha a encontrarse con mi abuelo Eduardo, que la espera con los brazos abiertos. Y desde hoy nos mira desde el cielo a todos, con esa mirada que era al mismo tiempo severa y cargada de amor. Su fortaleza vive en nosotros, en todos los que amó. A todos nos mantuvo como familia en todo momento. Supo ser la hermana mayor mandona que imponía su voluntad a sus hermanos, pero que además era su cómplice y su guía. Sin ser profesional hizo profesionales a sus hijos y siempre estuvo encima de los nietos para que no dejáramos de estudiar. Educó y guió toda la vida a sus tres hijos y tuvo además campo en su corazón para otra hija, mi madre, a la que guió por el camino de la vida para que junto con los suyos aprendiera a vivir, a ser madre y ahora abuela.

Era la cabeza de nuestra familia, y estableció entre nosotros un matriarcado enorme, cargado de sabiduría y afecto que no dudó nunca en abrir para recibir a cuantos quisieron ser parte de ella. Su puerta siempre estuvo abierta, ahí nos esperaba sentada en el sofá, tejiendo, atenta a nuestra vida, sin que se le escapara detalle. Sin ella todos nos habríamos perdido, de eso no me cabe duda, porque ella abría su corazón para todos y nos trajo siempre a todos al redil. Todos sus hijos y sus nietos tuvieron que volver en algún momento a su casa, y su corazón estuvo tan abierto, que creo que gustosamente hubiera aceptado que las tres familias viviéramos con ella al mismo tiempo.

Nos amó a todos a su manera: directa, sin sutilezas. A todos nos aconsejó, nos regañó, nos guió y nunca se guardó una opinión. Su sinceridad era legendaria. Su honradez a toda prueba. Su ejemplo vive en nosotros. Doña Tere está viva, en la fortaleza de carácter de Olgui, en la pasión por la vida de Leca, en la sinceridad de mi padre. Sus nietos la adoramos porque en su casa éramos los reyes. Era nuestro asilo y nuestra defensora, pero ay de aquel nieto que fuera malcriado con su madre o con su padre. Desde Tita hasta Ana Cristina, todos pasamos por sus brazos, sus cuidados, sus consejos (y no pocas veces por sus regaños, porque mi abuela sabía que educar requiere más que simples consejos).

Para mí será siempre doña Tere. La que no se guardaba nada. La que si alguien le caía mal le soltaba cuatro verdades en la cara y se quedaba callada porque no quería hablar más. La que cocinaba cuatrocientos tamales en una sentada en diciembre. La que era capaz de terminar revolcándose por una bola de basket en la arena de un estadio panameño de dejar lesionada a la jugadora contraria. La que cogía la calle a las siete de la mañana y volvía a su casa cuando le daba la gana. La que no se perdía ninguna fiesta de la familia. La que nos cuidaba a todos los nietos sin pensarlo un fin de semana o se montaba conmigo, mis hermanas y los Villalobos en un tren a las siete de la mañana para irnos a buscar la forma de llegar a la playa. Esa es Ita Teresa. La que no se rindió nunca y nunca dejó que nos rindiéramos.

La recuerdo con especial cariño en muchos momentos de mi vida. Especialmente el día de la presentación de mi tesis, cuando estaba tan llena de orgullo de ver a su nieto defendiendo su trabajo que cuando un profesor quiso hacerme una pregunta ella estaba dispuesta a coger su bastón y saltar en mi defensa. La recuerdo por sus ojos, de los cuales siempre vi saliendo el amor, como cuando me vio la primera vez en el uniforme gris del Liceo, o cuando me vio graduándome en la Universidad o cuando posaba la mirada en sus bisnietos. A todos los nietos nos veía igual, pero creo que todos sentíamos lo mismo: que su mirada era puro amor por nosotros, el amor más incondicional que hubiéramos conocido. Quiero pensar que todos a los que amó somos dignos de este amor.

A Leca, no tengo palabras, ni creo que nadie las tenga, para agradecerte todo lo que hiciste por ella: Has cumplido sobradamente el cuarto mandamiento, has honrado a tu madre de manera sobrada. Javier, vos supiste amar a tu prójima más que a vos mismo. La gratitud de toda la familia está con ustedes dos para siempre.

Doña Tere luchó toda la vida, por ser hija, por ser madre, por ser esposa, por ser abuela. Luchó incluso contra la enfermedad, a la cual se enfrentó con terquedad y con valentía. Hoy en mi corazón siento que no fue la enfermedad la que la doblegó. Estoy seguro que Doña Tere decidió por sí sola que era un buen tiempo de marcharse. Vio el camino que había recorrido, y sólo pudo sentir orgullo: Sus hijos ya chineando nietos, sus nietos cuidando hijos. Su vida, una fila larga de alegrías y tristezas que cuando la pones en la balanza te das cuenta que valió realmente la pena.

De nada tiene que arrepentirse. De nada tiene que disculparse. Entonces toma por fin la decisión: es la hora de la partida. No fue la muerte quien ha triunfado hoy, ha triunfado su vida. Su legado queda, su partida hacia el reino de los cielos es el cierre perfecto para su historia.

Allí nos espera. Ustedes y yo sabemos que ahorita está sentada en un sofá…, está tejiendo, mientras en la cocina se prepara una sopa de mondongo que piensa comerse cargada de chile. Nos está esperando, y cuando lleguemos quiere oír todos los chismes del barrio, querrá que nos tomemos un café con ella.

Hasta siempre Ita Teresa.

Eduardo Enrique

3 comentarios:

Solentiname dijo...

Vallo, un abrazote.

enarvaez dijo...

Eduardo, mi amigo y primo postizo...
Mi más sentido pésame, aunque realmente no sé si dártelo o felicitarte por esa abuela maravillosa que Dios te dió.
Que Dios te bendiga a vos y a tu familia; espero que a esa sopa de mondongo invite también a mi abuela !

Saludos y un abrazo....

Floriella dijo...

Mis sentidas condolencias. Cuando un(a) abuelo(a) se muere, se lleva algo que no se recupera nunca, pero también nos deja cosas que llevamos con nosotros para toda la vida. (Yo todavía lloro cuando pienso en mi bisabuela, y se murió hace más de 16 años)