viernes, marzo 09, 2007

Migración

Los antropólogos consideran que el fenómeno del hombre como animal social varía del resto del reino animal por nuestra incapacidad genética de reproducirnos viablemente entre miembros del mismo grupo social básico. Esta incapacidad genética forzó a los machos de nuestras primitivas manadas a salir de su cueva a buscar hembras que le dieran crías que fueran viables (perdón si el lector se siente como protagonista de un programa de Animal Planet, debí advertir que este no es un artículo apto para creacionistas). El problema es que si conocemos un hecho cierto en las manadas, es que no se admiten machos de otra manada, pero nuestro defecto genético provocó que imperara la razón sobre el instinto. Ahí, señores, cuando nuestro macho primitivo tuvo que aceptar las normas de una manada ajena para poder sobrevivir, y la manada tuvo que aceptar al macho ajeno en orden preservar la especie, fue ahí cuando realmente estrenamos nuestro cerebro (el hecho de que usáramos herramientas no nos hacía más inteligentes que un buen chimpancé).

La razón, y esta es una teoría mía, fue la que permitió al hombre darse cuenta que las hembras y los machos que eran familiares consanguíneos entre sí (madres, padres, hijos o hermanos) no eran capaces de reproducirse efectivamente. Esto provocó la movilización de la especie a otras manadas. En el reino animal eso hubiera implicado la aniquilación de la especie, por cuanto la manada es un grupo social cerrado que por lo general sólo admite un macho alfa, el cual se reproduce con su madre, con sus hermanas y con sus hijas. El instinto animal nos obligaba a rechazar al inmigrante macho que llegaba a nuestra manada, pero el mismo razonamiento que lo forzó a él a buscar una manada diferente, hizo que la nueva manada lo aceptara.

Algunos piensan que en la enorme lista de tabúes sexuales de la sociedad cristiana, el sexo entre familiares es el único que es el resultado de un proceso racional basado no en la moral, la religión o las buenas costumbres, sino en el sentido común. El día que seamos capaces de adulterar los componentes genéticos que producen la anormalidad ese día morirá el más grande tabú sexual de la humanidad. Mientras tanto, seguiremos buscando pareja fuera de nuestro entorno familiar, cuyas prohibiciones la ciencia se ha encargado de ampliar hasta el tercer grado (así mejor los adolescentes que leen el cuarto, mejor dejen de lado cualquier idea loca que tengan con sus primos o primas).

Pero me estoy alejando del punto principal. El hombre es por naturaleza inmigrante. Nuestra complejidad genética nos hizo inmigrantes no necesariamente territoriales sino sociales. En un momento determinado abandonaremos nuestro grupo social básico y migraremos hacia uno nuevo. Tal vez sea a doscientos metros de nuestra casa o al otro lado de la Patagonia, pero cuando queramos formar un nuevo grupo social lo haremos alejados de nuestra primera familia (o gens o tribu, escoja usted el término).

Sólo esa necesidad genética justifica el historial migratorio de la humanidad. Pero además a eso le añadimos elementos sociales, económicos, políticos y a veces de aplicación de la simple libertad de trasladarse a nuevos horizontes. El ser humano, es un migrante permanente, si hay una constante en la historia del género homo, especie sapiens es que debe migrar, no por el invierno, no buscando mejores pastos, migra simplemente porque puede hacerlo, porque es forzado a hacerlo, porque debemos migrar para sobrevivir.

Una nación habitada por un buen número de habitantes no necesita de grandes migraciones externas para sobrevivir, pero cualquier sociólogo le dirá que las migraciones fortalecen los grupos sociales que reciben inmigrantes mientras que debilitan aquellas sociedades de donde salen las migraciones. Hace unos días veía la historia de un pueblito español poblado sólo por hombres, que forzó la migración de mujeres (por supuesto por Internet mediante un concurso casi de ¿quieres casarte conmigo? Pero migración al fin) con el fin de incrementar la población.

En Holanda o Alemania se le da grandes beneficios a las parejas que tienen hijos (gracias a la bajísima tasa de natalidad entre nacionales), evidentemente los que más aprovechan los beneficios son los inmigrantes. ¿Por qué? Por supervivencia (la razón que nos forzó a ser migrantes ¿recuerdan?) Al tener hijos, sus hijos son el boleto al estatus migratorio legal. Una pareja de costarricenses en San José es posible que lo piense bien antes de procrear un hijo. Esa misma pareja, puesta como inmigrantes en cualquier país, no lo pensará dos veces. Por eso es que las poblaciones inmigrantes tienen en todos los países tasas de crecimiento más altas que las de los nacionales.

Por ahora estamos claros que la migración aumenta nuestra población, aumenta nuestro caudal genético, pero… ¿realmente atenta contra nuestra seguridad, nuestro empleo nuestra forma de vida? De eso hablaré la semana entrante.

2 comentarios:

Elías Torres dijo...

Probablemente la razón ganó al instinto en ese entonces para que se aceptara al inmigrante dentro del grupo social, sin embargo en la actualidad parece que funciona al revés, todavía no entiendo el porqué de tanta intolerancia, será por miedo instintivo?

Viví algunos años de mi adolescencia en San Carlos, donde hay mucha movilidad de trabajadores nicaragüenses, recuerdo que de una u otra forma lo que se inculca es la intolerancia, el irrespeto y la arrogancia, lo que más duele concluir a estas alturas es que precisamente son nuestros padres, profesores y demás figuras de autoridad las que nos "educan" así.

Matriuzka dijo...

¡Es que si me gusta leerte!

Esperando a la semana entrante (¿Esta será?)

¡Saludos!