Mi abuela Teresa me lo presentó recién chorreado, de una de esas bolsas que se ponían encima del pichel de lata. Para que me lo pudiera pasar, en vez de ponerle leche y azúcar le poníamos leche condensada (una cucharada grande). Creo que tenía como cinco o seis años cuando comencé a “cafetearme” en las tardes con mi abuela y mi madre, mientras comíamos galletas de soda con jalea, o pan recién traído de la panadería cercana con queso crema (o salami, que mi abuela adoraba).
Con el tiempo, abandoné el café con leche y a muy temprana edad me pasé al negro, fuerte y con poco dulce. Por lo general durante mi infancia y adolescencia el cafecito era en la tarde. Recién chorreado y NUNCA rechinado (es decir recalentado eternamente). Fue en la universidad donde se volvió parte de mi sistema circulatorio. Desde aquél imbebible petróleo amargo que servían en la Soda Guevara, hasta el ralo ralito que servían en la Tortuguita (hoy ambos locales desaparecidos). Me acostumbré a tomar café en la mañana, en la tarde, en la noche y en las noches de fiesta, en la madrugada, cuando a veces nos agarraba el alba en esas noches bohemias que nos daba por tener en la Facultad.
Con el café es con lo único que soy nacionalista. No compro café colombiano ni gringo instantáneo (la oligarquía triunfó conmigo en eso). Aprendí a despreciar las marcas de café que brillan por el azúcar y a la fecha me niego a recalentar una taza. Mejor hago más café. En el trabajo son dos tazas al día. Eso sí, sin interrumpir las labores, a la par del teclado y del Mouse está la jarra de humeante yodo (como siempre le hemos dicho). Nunca me ha provocado insomnio, ni agrura, ni dolor de cabeza (es más me previene las migrañas) y más bien por lo general funge como relajante en momentos se estrés.
Lamentablemente admito haber dejado ya el chorreador en beneficio del cofee maker, pero hace unas semanas me pasó un incidente. El aparatito dejó de funcionar como era debido y por primera vez en años, tuve que chorrear café. Y señores: el sabor cambió. Ahora con coffe maker nuevo he desarrollado una técnica de chorreo (para unir el pasado con el futuro), mientras el agua se carga en el filtro con café, yo retiro el pichel para que no baje y se quede un par de minutos cargándose de sabor. El resultado es casi tan bueno como la chorreada.
Por el café, nuestro país tiene una costumbre laboral única en el mundo, paramos las labores para ir a tomar café (en las empresas públicas y privadas). Por el café nos sentamos un rato a conversar con la esposa, con el amigo, con el colega o compañero de trabajo. Con café nos reciben en cualquier casa de amigos. Y no hay forma humana de comerse un tamal en diciembre si no viene acompañada por el café.
Y cuando lo chorreo en la tarde, mientras pongo a tostar el pan, siento la mirada de mi abuela que desde el cielo me mira mientras está tomándose esa tasa de café muy negro, muy fuerte y muy dulce que siempre se tomó conmigo.
Con el tiempo, abandoné el café con leche y a muy temprana edad me pasé al negro, fuerte y con poco dulce. Por lo general durante mi infancia y adolescencia el cafecito era en la tarde. Recién chorreado y NUNCA rechinado (es decir recalentado eternamente). Fue en la universidad donde se volvió parte de mi sistema circulatorio. Desde aquél imbebible petróleo amargo que servían en la Soda Guevara, hasta el ralo ralito que servían en la Tortuguita (hoy ambos locales desaparecidos). Me acostumbré a tomar café en la mañana, en la tarde, en la noche y en las noches de fiesta, en la madrugada, cuando a veces nos agarraba el alba en esas noches bohemias que nos daba por tener en la Facultad.
Con el café es con lo único que soy nacionalista. No compro café colombiano ni gringo instantáneo (la oligarquía triunfó conmigo en eso). Aprendí a despreciar las marcas de café que brillan por el azúcar y a la fecha me niego a recalentar una taza. Mejor hago más café. En el trabajo son dos tazas al día. Eso sí, sin interrumpir las labores, a la par del teclado y del Mouse está la jarra de humeante yodo (como siempre le hemos dicho). Nunca me ha provocado insomnio, ni agrura, ni dolor de cabeza (es más me previene las migrañas) y más bien por lo general funge como relajante en momentos se estrés.
Lamentablemente admito haber dejado ya el chorreador en beneficio del cofee maker, pero hace unas semanas me pasó un incidente. El aparatito dejó de funcionar como era debido y por primera vez en años, tuve que chorrear café. Y señores: el sabor cambió. Ahora con coffe maker nuevo he desarrollado una técnica de chorreo (para unir el pasado con el futuro), mientras el agua se carga en el filtro con café, yo retiro el pichel para que no baje y se quede un par de minutos cargándose de sabor. El resultado es casi tan bueno como la chorreada.
Por el café, nuestro país tiene una costumbre laboral única en el mundo, paramos las labores para ir a tomar café (en las empresas públicas y privadas). Por el café nos sentamos un rato a conversar con la esposa, con el amigo, con el colega o compañero de trabajo. Con café nos reciben en cualquier casa de amigos. Y no hay forma humana de comerse un tamal en diciembre si no viene acompañada por el café.
Y cuando lo chorreo en la tarde, mientras pongo a tostar el pan, siento la mirada de mi abuela que desde el cielo me mira mientras está tomándose esa tasa de café muy negro, muy fuerte y muy dulce que siempre se tomó conmigo.
2 comentarios:
Es curioso... yo solo toamaba café donde mi abuela. Lo chorreaba y lo guardaba en una tacita amarilla de plástico en la refri. Como tomábamos más de la mitad leche y poco café, la leche se tenía que hervir tres veces, era de lechero. Hoy solo tomo café cuando me siento un poco triste. De alguna manera, me apapacha.
COMO!? Ya no esta la Tortuguita?! Jo, jo, ji ji, que vacilon eso que el cafe se hiciera parte de sus venas...
Bueno, al tema, las memorias que trae el cafe. Me estoy tomando un Cafe Rey, como el que se tomaba mi tia que fuma hasta la fecha como chimenea. Yo me traigo de todas las marcas que hay, hechas en Costa Rica -segun dice el paquete- porque son regalados. Todos saben que aca cuesta un ojo de la cara. O se toma frio de lata, que ni le cuento.
Cuando me voy a hacer cafe -en cada piso del edificio hay dos cocinas, con su respectivo refri, microondas y tanque de agua caliente pa cafe y te- y empiezo a chorrear -en un chorreador de una tacita- la gente se acumula alrededor: Humm, que rico huele. De donde es?, preguntan. De casa.
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