Hacía muchos años no me ocurría. Tantos años de ir a ver películas en salas de centros comerciales, rodeado de teléfonos celulares, comentaristas no deseados, comerciales estridentes, y ese ambiente de comercio en lo que antes era una forma de arte me habían hecho olvidar lo que significa el cine, cuando es bueno, cuando te mete en la pantalla y no te suelta.
Son casi las siete, la fila es larga para una película europea. Es la tradicional fila en la Garbo, donde uno espera en la acera mientras el resto de los que ven películas hacen fila en el centro comercial. Primera sorpresa: Palomitas de maíz en la Garbo (lo siento, no he visto la esquela de Niko Baker, toda vez que había jurado que sólo sobre su cadáver se verían palomitas en su sala). Luego, entrar en la sala en silencio, mientras la gente se sienta sin grandes aspavientos y sin que nadie se lo diga apaga su celular.
Se apagan las luces y veo algo que me devuelve como treinta años en el pasado: un parroquiano ingresa a la Sala en la oscuridad acompañado por un empleado del cine que lleva nada más y nada menos que un foco para guiar sus pasos. ¿Cuántos años hace no veo un foco en una sala de cine? Sonriente por el regreso al pasado miro los cortos de los próximos estrenos de la Garbo (a los cuales Hollywood no se acercaría ni a cien metros por temor a contaminarse de arte).
Inicia la película que vine a ver… La Môme que como toda película francesa viene acompañada con una traducción de su título que es ajena totalmente al original (La Vie en Rose. La Extraordinaria vida de Edit Piaf). Aquí hago una digresión: mi primera película francesa fue Betty Blue, la cual en realidad se llamaba 37º grados a la mañana (en francés), nunca he entendido esa manía de “guiarnos” a todos los hispanos parlantes para que comprendamos los títulos de las películas.
Pero me desvío del tema central. La película inicia y de inmediato, casi en segundos, yo estoy adentro. Esto era lo que no me pasaba hace tanto tiempo, tal vez fue la sala, el ambiente, lo que fuera, pero durante más de dos horas estuve pisando las calles sucias del París de la preguerra, los escenarios de todos esos teatros, burdeles y salones en los que la Piaf cantaba. Y siento la música en las venas y siento la desesperación del final inevitable. Lo que estoy viendo no es una película, es una posesión espiritual, la Piaf ha regresado a posesionarse de su música y no le importa ni se arrepiente de nada. Esta biografía no viene con ningún momento de redención, no es Hollywood y sus finales felices, es la cruda realidad, la cual su protagonista canta con pasión, con amor, con furia y retando a quien quiera juzgarla: Non je ne regrette rien.
Decir que la actuación de madam Cotillard es digna de un Oscar es un sobreentendido: Ella es la película, ella borra de escena a todo el que se le acerca, tan grande era el reto que el resultado es notable: Una masacre en términos interpretativos porque uno no es capaz de recordar un solo personaje secundario digno de mención frente a esta Piaf de fantasía que parece más bien una posesión espiritual que una interpretación artística. Se salva solamente Depardieu, que en su corto paso como Louis Leplee logra sobrevivir (su actuación, porque su personaje muere casi tan rápido como aparece en escena).
Son casi las siete, la fila es larga para una película europea. Es la tradicional fila en la Garbo, donde uno espera en la acera mientras el resto de los que ven películas hacen fila en el centro comercial. Primera sorpresa: Palomitas de maíz en la Garbo (lo siento, no he visto la esquela de Niko Baker, toda vez que había jurado que sólo sobre su cadáver se verían palomitas en su sala). Luego, entrar en la sala en silencio, mientras la gente se sienta sin grandes aspavientos y sin que nadie se lo diga apaga su celular.
Se apagan las luces y veo algo que me devuelve como treinta años en el pasado: un parroquiano ingresa a la Sala en la oscuridad acompañado por un empleado del cine que lleva nada más y nada menos que un foco para guiar sus pasos. ¿Cuántos años hace no veo un foco en una sala de cine? Sonriente por el regreso al pasado miro los cortos de los próximos estrenos de la Garbo (a los cuales Hollywood no se acercaría ni a cien metros por temor a contaminarse de arte).
Inicia la película que vine a ver… La Môme que como toda película francesa viene acompañada con una traducción de su título que es ajena totalmente al original (La Vie en Rose. La Extraordinaria vida de Edit Piaf). Aquí hago una digresión: mi primera película francesa fue Betty Blue, la cual en realidad se llamaba 37º grados a la mañana (en francés), nunca he entendido esa manía de “guiarnos” a todos los hispanos parlantes para que comprendamos los títulos de las películas.
Pero me desvío del tema central. La película inicia y de inmediato, casi en segundos, yo estoy adentro. Esto era lo que no me pasaba hace tanto tiempo, tal vez fue la sala, el ambiente, lo que fuera, pero durante más de dos horas estuve pisando las calles sucias del París de la preguerra, los escenarios de todos esos teatros, burdeles y salones en los que la Piaf cantaba. Y siento la música en las venas y siento la desesperación del final inevitable. Lo que estoy viendo no es una película, es una posesión espiritual, la Piaf ha regresado a posesionarse de su música y no le importa ni se arrepiente de nada. Esta biografía no viene con ningún momento de redención, no es Hollywood y sus finales felices, es la cruda realidad, la cual su protagonista canta con pasión, con amor, con furia y retando a quien quiera juzgarla: Non je ne regrette rien.
Decir que la actuación de madam Cotillard es digna de un Oscar es un sobreentendido: Ella es la película, ella borra de escena a todo el que se le acerca, tan grande era el reto que el resultado es notable: Una masacre en términos interpretativos porque uno no es capaz de recordar un solo personaje secundario digno de mención frente a esta Piaf de fantasía que parece más bien una posesión espiritual que una interpretación artística. Se salva solamente Depardieu, que en su corto paso como Louis Leplee logra sobrevivir (su actuación, porque su personaje muere casi tan rápido como aparece en escena).
El cierre es tan digno, tan espectacular, que te quedas esperando los aplausos. La Piaf canta en el Olimpia, su vida termina y con ella su voz, pero su leyenda nace. El corte final nos deja la única interpretación musical que no termina con el aplauso del auditorio. Sólo la pantalla negra que anuncia el final. La sala, aún oscura suelta por fin la respiración. Yo regreso a mi butaca después de estar el Olimpia. Se escucha una palma, luego otra.
El aplauso final poco a poco va llegando.
5 comentarios:
¡A bajar la película se ha dicho!
a mi se me hizo larga y llena de baches dramáticos, creo que pide tijera a gritos.
pero la actuación me cautivó, y la vida de piaf, que confieso no conocía, me caudivó dos veces.
obligada la película, sin duda.
Viva Edith!!!!!
Y además....
Espero tus comentarios en mi post!!!
Me erizó la piel leer tu descripción de la peli.
increible descripcion has hecho, empecé a leer y no pude parar. En cuanto puede veré la pelicula en su lengua original.
gracias
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